Ahí queda eso:
Lascivia inoportuna
El puñetero ojo de la cerradura
resultaba demasiado tentador.
Hacía escasamente dos minutos, las
dos mujeres más bellas que yo hubiera conocido jamás se habían
encerrado tras la puerta, dirigiéndose miradas insinuantes.
Solo yo en la fiesta había captado el
detalle y no quería tener que imaginar nada. Quería simplemente
fisgonear, pero no podía volverme invisible, ni hacer desaparecer a
todo el mundo en la habitación para no quedar en ridículo, mientras
satisfacía mi lascivia.
¿Dónde está la magia cuando se
necesita?
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